Diana Fuentes
I
I
El
intelectual orgánico
La
función del intelectual en el marco de los Estados nacionales fue estudiada por
Antonio Gramsci en la década de los años veinte. Concentrado en la comprensión
del papel que desempeñan en la vida social, discute su funcionalidad en la
dirección política y cultural sobre las grandes masas; analiza su hegemonía. La
hegemonía no se restringe al dominio coercitivo, es decir, a la fuerza del
Estado, sino que considera también el consenso; lo que implica que para el
dominio social se utiliza no sólo la fuerza física, la manipulación o el engaño
que permiten conquistar y mantener el poder estatal, sino que además se obtiene
el asentimiento o la aquiescencia del dominado.
El poder “político” –o coercitivo– es insuficiente para la
consolidación de las relaciones políticas del Estado en la fase en la que éste
funciona como organismo de un grupo para el que crea las condiciones más
favorables de expansión. Momento en el que un grupo con pretensiones de
dirección debe generar valores e intereses tan amplios como para atraer el
apoyo de otros grupos y con ello obtener consensos que garanticen su
permanencia. En otras palabras, debe generar formas culturales, morales,
intelectuales e ideológicas que garanticen su papel hegemónico; sólo la
generación y construcción del consenso a través de estos constructos garantiza–en
tanto que actividad hegemónica–, piensa Antonio Gramsci, una congruencia entre
intereses económicos e implantación generalizada de un modo de vida.