Diana Fuentes
I
I
El
intelectual orgánico
La
función del intelectual en el marco de los Estados nacionales fue estudiada por
Antonio Gramsci en la década de los años veinte. Concentrado en la comprensión
del papel que desempeñan en la vida social, discute su funcionalidad en la
dirección política y cultural sobre las grandes masas; analiza su hegemonía. La
hegemonía no se restringe al dominio coercitivo, es decir, a la fuerza del
Estado, sino que considera también el consenso; lo que implica que para el
dominio social se utiliza no sólo la fuerza física, la manipulación o el engaño
que permiten conquistar y mantener el poder estatal, sino que además se obtiene
el asentimiento o la aquiescencia del dominado.
El poder “político” –o coercitivo– es insuficiente para la
consolidación de las relaciones políticas del Estado en la fase en la que éste
funciona como organismo de un grupo para el que crea las condiciones más
favorables de expansión. Momento en el que un grupo con pretensiones de
dirección debe generar valores e intereses tan amplios como para atraer el
apoyo de otros grupos y con ello obtener consensos que garanticen su
permanencia. En otras palabras, debe generar formas culturales, morales,
intelectuales e ideológicas que garanticen su papel hegemónico; sólo la
generación y construcción del consenso a través de estos constructos garantiza–en
tanto que actividad hegemónica–, piensa Antonio Gramsci, una congruencia entre
intereses económicos e implantación generalizada de un modo de vida.
Un grupo social, entonces, es dominante sobre grupos que le son antagónicos, y optará por liquidarlos o subordinarlos —por la fuerza armada si es necesario—; pero se convierte en dirigente de aquéllos que se alían o asocian con él. Las complejas relaciones que definen la sociedad civil, en un nivel, marcan el conflicto y la lucha entre grupos, especialmente entre dominantes y subalternos; en otro nivel, destacan la cohesión, el consenso y el propósito común existente entre grupos que incluso pueden ser opositores. Desde este punto de vista, la sociedad civil no es un espacio de libre expresión y organización, tal y como lo ha delineado el pensamiento liberal; la sociedad civil es la dimensión del Estado en la que los grupos sociales dirigentes deben ejercer un determinado grado de hegemonía, con la finalidad de que los grupos dominados-subalternos consientan su propia posición de subordinación a la autoridad de éstos.
La concepción ampliada del Estado no sólo implica la sumatoria entre sociedad política y sociedad civil, sino la relación entre dictadura y hegemonía. El dominio propio de la sociedad política y el consenso propio de la sociedad civil son los mecanismos que garantizan la hegemonía de una clase específica. De ahí la importancia política de la formación de la dirección moral e intelectual de un grupo dirigente.
La concepción ampliada del Estado no sólo implica la sumatoria entre sociedad política y sociedad civil, sino la relación entre dictadura y hegemonía. El dominio propio de la sociedad política y el consenso propio de la sociedad civil son los mecanismos que garantizan la hegemonía de una clase específica. De ahí la importancia política de la formación de la dirección moral e intelectual de un grupo dirigente.
Son los intelectuales quienes, en medio de todo el tejido social, se
encargan del ejercicio práctico de las funciones de la hegemonía social, es
decir, son quienes garantizan, primero, el consenso –la aceptación, la adopción
y la sumisión– de la orientación impresa por el grupo dominante. El intelectual
orgánico o los intelectuales no representan un grupo social autónomo y
autosuficiente debido a que la propia conformación del Estado y de la sociedad
civil determinan no la unicidad de una forma de organización social –aunque sí
de una dominante–, sino la una multiplicidad de grupos sociales que generan, en
buena medidad desde su lugar en el mundo de la producción económica, a una o
más capas de intelectuales. Éstos dan homogeneidad y conciencia de su propio
papel en el campo económico, político y social. Se trata de intelectuales que
cumplen una función orgánica, es decir, son organizadores de grupos de hombres,
dando cohesión a la vida político-social del Estado en su forma nacional.
A lo dicho se podría objetar que la caracterización gramsciana del
Estado y la función del intelectual corresponde mucho más a las formas de
relación política y social del Estado en la primera mitad del siglo XX. La
observación es correcta si se atiende particularmente a la crisis contemporánea
de la función de los Estados nacionales y si se observa el desplazamiento de la
figura del intelectual del principios del siglo XX. Pero esta descripción
resulta absolutamente funcional si penamos en el México pre y
post-revolucionario.
II
Durante
el periodo carcelario, Gramsci expandió su concepción del Estado y de la
sociedad civil, ya que detectó que una teoría crítica del Estado debía
ampliarse para comprender la red de relaciones complejas en las que intervienen
una multiplicidad de sujetos sociales, desde un tipo de relaciones
históricamente nuevo. Así, tal como señaló Marx, Gramsci considera que la
explicación y justificación del Estado como espacio de resolución de los
conflictos de grupos antagónicos es falsa. Y, siguiendo también a Marx,
considera que el Estado es la expresión de la situación económica; es el
reflejo del conflicto entre grupos de clases. Pero, a diferencia de las
consideraciones tradicionales en el marxismo, Gramsci hizo una reflexión
particular sobre la forma de relación política estatal que se consolida durante
el siglo XIX y que tiene continuidad en buena parte del XX.
La cuestión radica en que para Gramsci, después de 1870 –es decir,
antes de la Comuna de París, periodo que prácticamente coincide con lo que
Hobsbawm llama la era del capita–, el poder “político” –o coercitivo– es
insuficiente para la consolidación de las relaciones políticas del Estado en la
fase en la que éste funciona como organismo de un grupo para el que crea las
condiciones más favorables de expansión. Es decir, del Estado en fase
“superestructural compleja”; en la que se han creado el escenari de unidad
entre fines económicos y políticos. Momento en el que un grupo con pretensiones
de dirección debe generar valores e intereses tan amplios como para atraer el
apoyo de otros grupos y con ello obtener consensos. En otras palabras, debe
generar formas culturales, morales, intelectuales e ideológicas que garanticen
su papel hegemónico; sólo la generación y construcción del consenso a través de
estos constructos garantiza –en tanto que actividad hegemónica–, esta
congruencia entre intereses económicos e implantación generalizada de un modo
de vida (o de un ethos dirían otros).
Gramsci
pretende, entonces, determinar cuál es la función del Estado en la fase de la
lucha permanente por la hegemonía político-ideológica entre los grupos que representan distintos
intereses de clase. Y para ello Gramsci aclara que para comprender las
relaciones de las fuerzas operantes de un determinado periodo histórico es
necesario resolver la relación existente entre lo que se describe con la metáfora estructura y superestructura –en
el desarrollo de su pensamiento Gramsci se da cuenta del peligro de la
metáfora, pero la usaremos porque él la usa en muchos momentos–. Es decir, desde
la dialéctica que permite distinguir “aquello que es permanente de aquello que
es ocasional”. La historicidad de estas relaciones de fuerza se debe
comprender, insiste, desde la tensión, la concordia discors dice él,
que le es inherente.
Por ello vale la pena hacer una breve digresión que fundamente esta
idea, es decir, se debe aclara el porqué en la comprensión del Estado en su
fase superestructural se debe resolver la relación entre estructura y
superestructura como elemento imprescindible para una cabal comprensión crítica
del problema.
Para
Gramsci, existe un “nexo necesario y vital” entre el terreno de la estructura
económica y el de las superestructuras –es importante destacar el uso del
plural–, que explicaría la posibilidad de una toma de conciencia sobre el lugar
que se ocupa en las relaciones sociales, desde la dimensión ideológica. Puesto
que considera que el conjunto de las relaciones humanas no puede ser
simplificado a un conglomerado de fuerzas individuales en el que se presupone
una identidad inmediata entre individuo y comunidad –como se haría desde cierta
perspectiva liberal–; como tampoco a la abstracción de identidades homogéneas
–sobre la que se fundó cierto marxismo–. Para Gramsci, en la correcta
interpretación de las relaciones sociales se juega el entramado “de subjetividad
y forma, de individuo y sociedad, como algo constitutivo y no secundario o a posteriori”[1].
Para confrontar a quienes ven la relación entre las llamadas estructura
económica y la superestructura ideológica, como una relación especular o como
una determinación estructural y absoluta que articula una conciencia enajenada,
Gramsci afirma que “las fuerzas materiales son el contenido[,] y las ideologías
la forma, la distinción de forma y de contenido[no obstante] es
meramente…[didáctica]”[2].
Así, si se hace una distinción entre contenido y forma,
es decir, entre fuerzas materiales e ideológicas, ésta es sólo analítica,
didáctica incluso, porque las fuerzas materiales no serían concebibles
históricamente sin forma y las ideologías serían “caprichos individuales” sin
las fuerzas materiales.
En verdad, Gramsci se propone una nueva dialéctica entre estructura y
superestructura que sea capaz de diferenciar “aquello
que es permanente de aquello que es ocasional”. Así, la clave de la lectura gramsciana de las
relaciones sociales decanta en el concepto de bloque histórico. Lo cito al
respecto: “El concepto del
valor concreto (histórico) de las superestructuras en la filosofía de la praxis
debe ser profundizado aproximándolo al concepto soreliano de ‘bloque
histórico’.”[3].
El concepto
de bloque histórico, como unidad de los opuestos y los distintos, permite a
Grmsci acercarse a la “objetividad y necesidad histórica” de las superestructuras. Unidad que
en ningún sentido es “obvia” por lo que se tiene que hacer una crítica que se
vuelva casi “capilar”, que sea capaz no sólo de
comprender, sino también de distinguir en la unidad de las
superestructuras su conflictividad interna. Por ello, la posibilidad de
acercarse a la objetividad de las formas ideológicas o superestructurales desde
la “filosofía de la praxis” –antes materialismo histórico–, implica el
reconocimiento de las contradicciones, las escisiones, esto es, la lucha
concreta que configura la vida social, desde la movilidad de la mutua
determinación entre individuo y sociedad. Por esto
insiste, contra cierto marxismo, que el
reconocimiento de la necesidad objetiva de las relaciones sociales y de los
modos de comportamiento no conduce al relativismo. Se debe considerar, en todo
caso, que en el temor ante la dinámica de lo particular o lo específico hay una
inclinación a absolutizar o a estatizar el actuar humano; mas, si alejados de
esta propensión, se hace una consideración histórica, ello implica que:
“…La historia es una continua lucha
de individuos y de grupos para cambiar lo que existe en cada momento dado…”[4]
Así, Gramsci ve al ser humano en su historicidad desde el conjunto de
sus condiciones de vida, el conjunto de las relaciones sociales; de ahí que en
tanto estas relaciones sean contradictorias en una forma específica, eso que en
términos de filosofía moderna clásica se llamó la “naturaleza humana”, es ella
misma contradictoria.
El problema de qué cosa es el ser humano para
Gramsci; el problema de la “naturaleza humana” o del “hombre en general”, y la
posibilidad de crear una filosofía que tome un concepto inicialmente “unitario”
al respecto, es decir, una abstracción que contenga todo “lo humano”, concidera
él debe evadir cualquier “antropología naturalista”. Lo que da unidad al ser
humano, piensa, no está dado por la naturaleza en sentido biológico. Esta
unidad tampoco proviene de la facultad de razonar o del “espíritu”, que en todo
caso es un concepto formal, categórico. “No es el ‘pensamiento’, sino lo que
realmente se piensa lo que une o diferencia a los hombres”, dice él. Por ello,
que la naturaleza humana sea el conjunto de las relaciones sociales es la
respuesta más satisfactoria al devenir; el ser humano cambia con la transformación
de las relaciones sociales, y niega al concepto formal del “hombre en general”.
En verdad, “las relaciones sociales expresan diversos grupos sociales que
presuponen una unidad dialéctica, no formal”. La “naturaleza humana” no puede
encontrarse en ningún individuo en particular, sino en toda la historia del
género si y sólo si a la historia se le da el significado de devenir; esto es,
de un movimiento que conlleva ese concordia discors de la que he hablado, y que no puede reducirse a una unidad homogénea,
sino que “contiene en sí las razones para una unidad [en todo caso] posible”[5].
La lógica dialéctica no formal que permite distinguir la concordia discors de las superestructuras confronta la “dialéctica
de los distintos” que había utilizada por ejemplo Benedetto Croce[6].
Para Gramsci, la recepción y la discusión de la dialéctica como método de
estudio y como forma de movimiento de lo real, resulta esencial en el paso del
reino de la “necesidad” al de la “libertad” que se juega en la ponderación
sobre la determinación objetiva de la dimensión de las relaciones sociales y de
las superestructuras.
Afirma Gramsci que el significado de la dialéctica
sólo puede ser concebido en toda su fundamentalidad si la “filosofía de la
praxis” es concebida como una filosofía integral que inicia una nueva fase en
la historia puesto que supera tanto al
idealismo como al materialismo tradicional, enfatizando en que al superar, ésta
integra en sí todos los elementos vitales de ambas tendencias[7],
porque superar, aufheben, significa conservar y al
mismo tiempo meter en sí algo distinto.
En verdad, como ya se ha señalado, Gramsci asume la
dialéctica como método y como movimiento de lo real; en este segundo sentido,
comprende la relación entre estructura y superestructura como tesis y
antítesis, en una reciprocidad necesaria.
Así es como se establece un nexo dialéctico, orgánico, entre ambas a
través del concepto de bloque histórico. De tal forma que cuando Gramsci
tematiza una “elaboración superior de la estructura en superestructura”, desde
la dialéctica de los distintos
muestra la capacidad que tiene la superestructura de incorporar una estructura
–y no sólo al revés–. Así, la sociedad económica –en tanto estructura– deviene
Estado, convirtiéndola éste último en un momento interno.
Lo que discute Gramsci detrás del asunto entorno al “movimiento de lo
real” y de la unidad dialéctica entre estructura y superestructura es la
posibilidad objetiva de una nueva voluntad colectiva como condición que permita
superar una “crisis de sistema”. En este sentido –como señala Marcello
Montanari–, la verdadera pregunta que ocupa la reflexión gramsciana tiene que
ver con la posibilidad de que nuevas formas de vida puedan desarrollarse sin
que las viejas relaciones de fuerza cambien, en una perspectiva que, además,
permita comprender los modos y las formas con los que se podría llegar a la
constitución de una nueva voluntad colectiva[8].
Para
investigar cómo se forman las voluntades colectivas permanentes y cómo se
producen explosiones sintéticas repentinas, el esfuerzo de Gramsci está
concentrado en mostrar que la historia y la política no están separadas; al
tiempo que se concentra en las posibilidades de expansión de nuevas
subjetividades al interior del viejo orden social. Desde esta perspectiva
categoriza en distintos momentos de desarrollo histórico las relaciones concretas
en las que se producen los escenarios económico, político y sociales para la
“formación de un momento histórico colectivo”.
En el
parágrafo 38 del Cuaderno 4, Gramsci, a partir de los principios que extrae del Prólogo a la crítica de la economía
política, hace una detallada descripción de los momentos
que permiten distinguir –desde la consideración de determinadas relaciones de
fuerza, aquello que es ocasional– de los movimientos orgánicos o relativamente
permanentes de la vida social[9].
Para ello, indica, es necesario moverse en el ámbito de los dos principios que
extrae del Prólogo. Primero, ninguna sociedad se pone tareas para las que no existan ya
las condiciones necesarias o suficientes, o al menos una vía de su aparición o
de su desarrollo. Segundo, ninguna sociedad se disuelve o puede ser sustituida
si antes no ha desarrollado todas las formas de vida que están implícitas en
sus relaciones[10].
Para no perder el hilo conductor, debe recordarse ahora que para Gramsci la
forma específica que adquieren las relaciones sociales está condicionada objetivamente por las
relaciones técnicas de producción y por un aparato instrumental –en este
sentido desde el nivel estructural–; relaciones que en conjunto desarrollan un
tipo de civilidad económica, ya que objetivamente requieren o solicitan “un
determinado modo de vivir, determinadas reglas de conducta, una cierta
costumbre”.
Así, sin perder de vista este nivel de determinación estructural, de
los principios mencionados se pueden desarrollar una serie de principios de
metodología histórica[11],
desde los que se distinga, en el estudio de la estructura o el estrato económico, los
movimientos orgánicos y los movimientos de coyuntura. Los movimientos orgánicos
son de un largo alcance histórico –vasta portata storica– y dan lugar a la crítica
histórico-social; en tanto que los movimientos de coyuntura se presentan como
ocasionales, inmediatos, casi accidentales y dan lugar a la crítica de la
política cotidiana, la del día a día. De esta forma, Gramsci sienta las bases
para el análisis de la relación entre economía y política o entre economía y
Estado.
Así, a la fase de “superestructural compleja” del Estado, que es la
etapa más francamente política del desarrollo del estado burgués, Gramsci la
analiza y conceptualiza desde la categoría de hegemonía, porque en ella se debe
valorar las relación de las distintas fuerzas políticas no sólo desde su
enfrentamiento, sino desde también sus grados de homogeneidad, de
autoconciencia y de organización.
La fase “superestructural compleja” del Estado, en la que se han creado
las condiciones de unidad entre fines económicos y políticos, es el momento de
la hegemonía civil como estrategia de consolidación de dicha unidad. Es la fase
de la “guerra de posiciones”, para la que las modificaciones moleculares
cambian progresivamente la composición de las fuerzas históricas, sociales,
políticas, etc. Así, el Estado sirve como un instrumento de clase, en el que el
dominio no es sólo de naturaleza jurídica o política, sino que es el resultado
de las relaciones orgánicas entre sociedad política y sociedad civil. Gramsci
fija, así, dos grandes planos superestructurales en su teoría del Estado: el de
la sociedad civil, es decir, el de los organismos ordinariamente llamados
privados y que corresponde a las funciones de “hegemonía” que el grupo
dominante ejercita en toda la sociedad; y el de la sociedad política o Estado
que corresponde al “dominio directo” o de mando que se expresa en el Estado y
en el gobierno jurídico –el Estado en sentido clásico–. Ambas funciones son
organizativas y conectivas[12].
Por ello es que, tomando distancia de la teoría clásica marxista sobre la
función del Estado, afirma que éste no produce una situación económica, sino
que es la expresión de la situación económica; al tiempo que se podría hablar
de él como agente económico, siempre que se le conciba desde esta doble constitución[13].
La concepción ampliada del Estado desarrollada por Gramsci no sólo
implica entonces la sumatoria entre sociedad política y sociedad civil, sino la
relación entre dictadura y hegemonía. La categoría de hegemonía explica la
relación recíproca entre la sociedad civil y la sociedad política; da cuenta
del paso desde un estrecho interés particular—el económico-corporativo— al
general, es decir, el tránsito de lo económico a lo político, de la voluntad
particular a la general. Y destaca la importancia política de la formación de
la dirección moral e intelectual de un grupo dirigente. El Estado como la
unidad orgánica entre sociedad civil y sociedad política es un momento
específico del desarrollo de las relaciones político-económicas, en la que las
formas que adquieren las estructuras sociales que se caracterizan por un
movimiento contradictorio en el que la revolución y la restauración son el
reflejo de la lucha permanente por el dominio y el consenso. El dominio propio
de la sociedad política y el consenso propio de la sociedad civil son los
mecanismos que garantizan la hegemonía de una clase específica.
Gramsci
al concebir la sociedad civil como un “aspecto del Estado”, siguiendo en cierto
sentido la línea marcada por Hegel, enriquece así con nuevas determinaciones la
crítica marxista del Estado. La sociedad civil está integrada por el conjunto
de las organizaciones responsables de la elaboración y/o difusión de las
ideologías. Entre ellas se incluyen: el sistema escolar, las Iglesias, los
partidos políticos, los sindicados, las organizaciones profesionales, la organización
material de la cultura (periódicos, revistas, editoriales, medios de
comunicación de masas), etc. De esta forma la sociedad civil es el portador
material de la figura social de la hegemonía, en tanto que funciona como esfera
de mediación entre la base económica y la sociedad política.
Y señala que la sociedad civil está dividida en varios grupos y
facciones, entre los que la armonía y la comunidad son más bien ideales a los
que se aspira. Y demarca la naturaleza inherentemente antagónica de la sociedad
civil a través de la lógica de su movimiento: “la supremacía de un grupo social
se manifiesta de dos maneras: como ‘dominación’ y como ‘dirección intelectual y
moral’ ”. Un grupo social, entonces, es dominante sobre grupos que le son antagónicos, y, habrá de
liquidarlos o subordinarlos —por la fuerza armada si es necesario—; pero se
convierte en dirigente de aquéllos que se alían o asocian con él. Las complejas relaciones
que definen la sociedad civil, en un nivel, marcan el conflicto y la lucha entre
grupos, especialmente entre dominantes y subalternos; en otro nivel, destacan
la cohesión, el consenso y el propósito común que existe entre grupos
opositores. Desde este punto de vista, la sociedad civil no es un espacio de
libre expresión y organización, tal y como lo había delineado el pensamiento
liberal; la sociedad civil es la dimensión del Estado en la que los grupos
sociales dirigentes deben ejercer un determinado grado de hegemonía, con la
finalidad de que los grupos dominados-subalternos consientan su propia posición
de subordinación a la autoridad de los grupos dirigentes.
Es por ello que el monopolio de una clase o de un grupo dominante es la
consecuencia de un determinado triunfo hegemónico. Sin embargo, toda hegemonía
genera inmediatamente una contra-hegemonía, es decir, se expresa una batalla
permanente, en una “guerra de posiciones” determinada por las complejas
estructuras y asociaciones que constituyen a la sociedad civil.
En la batalla permanente por la hegemonía, la guerra de posiciones hace
que la comprensión de los elementos ideológico-culturales cobren una
importancia crucial para la formación de una dirección política emancipatoria.
Sólo el estudio de la “real identidad”, de la especificidad de la cultura y de
los mecanismos a través de los cuales se concreta dicha hegemonía en la
sociedad civil, posibilita la construcción de una fuerza moral e ideológica que
a través del consenso determine la alianza de distintos grupos en torno a un
fin común.
De aquí
la importancia metodológica, en el pensamiento de Gramsci, del estudio del
folklor, de la distinción entre cultura popular y alta cultura, de la
comprensión del pensamiento filosófico, y por supuesto, del papel social de los
intelectuales como agentes de la ideología. Es también el fundamento del
interés de Gramsci por inaugurar una historiografía de lo que denominará las
clases subalternas: sus orígenes, su desarrollo. Interés que lo llevó al
estudio lingüístico de la literatura popular, por ejemplo, con la pretensión de
comprender la generación y la diversidad de pensamiento en las formas
culturales que adoptan los grupos sociales. Esto lo lleva a analizar los rasgos
distintivos de la cultura de las clases subalternas, así como la particularidad
de sus intereses.
[1] Frosini, Fabio, “La ‘filosofia della
praxis’ nei Quaderni del carcere di Anatonio Gramsci”, p. 26, [en línea],
Urbino, INSONOMIA, Rivista de filosofía “Arturo Massolo”, 2002, Dirección URL: http://www.uniurb.it/Filosofia/isonomia/2002%20frosini.pdf, [consulta: enero de 2011].
[2] Gramsci Q 7 §21 869: esp. t. 3 p. 160.
[3] Gramsci Q 10 §41 XII 1321: esp. t. 4 p.
202.
[4] Gramsci Q 16 §12 1878: esp. t. 5 p. 278.
[6] En Croce, no hay dialéctica
histórica, sino un alternarse de formas puras, de manera casi cíclica, en una
afirmación permanente del primer momento del movimiento: la tesis. Gramsci es
capaz de observar las consecuencias histórico-políticas de la dialéctica
croceana al interior de esta discusión, en la exaltación que ésta hace de la
autoconservación, siempre en detrimento de la creación de formas nuevas. Como
indica Giuseppe Prestipino, Gramsci muestra la involución “en sentido
reaccionario” de la “reforma” de Croce y Gentile a la dialéctica hegeliana.
Prestipino, Giuseppe,
“Dialettica” en Frosini, et al., Le parole di Gramsci. Per un lessico dei
Quaderni del carcere, Roma, 2004, pp. 55-56.
[7] Gramsci Q 11 §22 1425: esp. t. 4 p. 284.
[8] Montanari, Marcello, “Crisis de Estado y
crisis de la Modernidad” en Los estudios gramscianos hoy, México, Plaza y
Valdés, 1998, p. 107.
[9] “I) La humanidad se pone siempre sólo
aquellas tareas que puede resolver; … la tarea misma surge sólo donde las
condiciones materiales de su resolución existen ya o al menos están en el
proceso de su devenir; 2) Una formación social no perece antes de que se hayan
desarrollado todas las fuerzas productivas para las cuales ella es todavía
suficiente y que nuevas y más elevadas relaciones de producción no hayan
ocupado su lugar; antes de que las condiciones materiales de existencia de
éstas últimas hayan sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad… Sólo
en este terreno puede ser eliminado cada mecanismo y cada rastro de “milagro”
supersticioso, debe plantearse el problema de la formación de los grupos
políticos activos y, en último análisis, también el problema de las funciones
delas grandes personalidades de la historia.” Gramsci Q 11 §22 1422: esp. t. 4
p. 282.
[10] Gramsci Q 13 §17 1579: esp. t. 5 p. 37.
[11] Esta metodología debe ser siempre
inscrita en la dialéctica de los distintos en el sentido gramsciano.
[13] Gramsci Q 10 §41
VI. 1319: esp. t. 4 pp. 194.
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